viernes, 13 de junio de 2008

Anochecer en el oeste


Mi pequeña ciudad me va cercando, no me acostumbro. Alguien se está dedicando a tirar piedras a las farolas. A veces tiene buena puntería y no daña a las bombillas, las revienta en el momento sin dolor; en cambio otras ha sido menos hábil - no quiero pensar en la maldad planificada- y la bombillita ha ido apagándose, poco a poco, entre discretos quejidos. Mi pequeña ciudad está quedándose sin luz con el paso de los meses y yo no me acostumbro, porque cuando el sol va decayendo, la verdad amenaza con recuerdos, la noche reviva la memoria y los cuerpos que he visto enterrados. Mi pequeña ciudad cada vez es más pequeña y más oscura y seguirá en su deterioro de luz, he de aceptarlo, hasta que me quede sola arrinconada entre todas las farolas que están rotas, entre todos los muertos que aún me hablan. También a mí me tocará la piedra. Quizá para entonces ya no quede nadie obligado a continuar a ciegas, como yo, en el oeste. Quizá para entonces ya no quede nadie que viva recordando angustiado que en su pequeña ciudad ahora falta otra vida.





2 comentarios:

Carz dijo...

Responder a este relato se hace difícil. Demasiada fibra rozando las letras, demasiado dolor en su fondo. Pero, si yo lo hubiera escrito, me gustaría recibir un eco, saber que alguien me escucha y que no ha quedado perdido, que no significaría que hubiera sido inútil, porque siempre la escritura sirve de exorcismo. Ahora, que ya sabes que ha sido escuchado, voy a intentar responderte.
El oeste es un punto relativo, siempre hay oeste al oeste, no sucede con el norte o con el sur, sí con el este. La soledad es un concepto relativo, uno cree estar solo y de repente se da cuenta de que hay mentes que le piensan, que hay memorias que le recuerdan, que hay personas que van a descubrirle. Pero la soledad es un sentimiento absoluto, cercenante, un sentimiento que aboca a la desesperación o, como poco, a la resignación. La soledad se vive como rechazo, o como huida, o como refugio, se vive de muchas formas y son cambiantes, muda de piel y de color, también de sabor y de tacto: en cada soledad habita un mundo, como en cada persona.
El dolor también es un sentimiento absoluto y, aunque no sea transferible, deja que recuerde a Nemer Ibn El Barud y que te diga "Amiga, cuéntame sobre tu dolor: hoy tengo deseos de escucharme".

Un fuerte abrazo.

Cecilia Sainte-Naïve dijo...

carz, yo ya no sé por cuántos motivos admirarte. Te agradezco tanto que sepas leerme sin que yo lo pida (aunque lo pida). Un abrazo fuerte muy fuerte