miércoles, 3 de septiembre de 2008

Los sin mundo



Recurro  a los diarios (mutilados) de Alejandra como un creyente acude a su libro sagrado cuando necesita encontrar el alivio que no le dan otros textos ni otras voces. Comprobar que antes de mí, alguien sintió este desorden vital, la angustia de no reconocerse en el mundo, de sentirse febrilmente extraña y sin remedio. Aunque igualadas en sufrimiento, yo no podré nunca alcanzar su inteligencia, su iluminación, su voluntad de poner por escrito lo que ve más allá del pozo. Ella define mi ansiedad, la poetiza, la embellece, convierte el dolor en mayor crueldad de realidad empática y poder estético. Yo no sé más que sentirlo, interpretarlo gestualmente y sin embargo pasivamente. Lo vivo, lo dejo estar, busco dentro de mí y lo abandono antes de aprehender su consciencia intelectual. Yo no sé teorizar sobre mi locura.


***

Hoy es un día marcado, pero la impresión se queda en mi libreta privada. Mañana no iré al examen y así seguiré pecando más de perezosa e inconstante que de poco inteligente. No, no iré y así seguiré también alargando los años inútiles, perdidos, académicamente desastrosos. No me gusta la universidad, no me gusta la obligación sin ataduras, no me gusta que reten a mi intelecto en días puntuales y seguidos a calendarios desequilibrados y agobiantes. No me gusta tener que comprobar que no valgo, que podría ser alguien mejor, envidiada, brillante, próspera, que podría ser otra en definitiva, alguien que llevo en potencia y que mis actos se niegan a revelar, a presentar al mundo. No soporto más estas luchas internas entre la que sabe y se atreve y la que bosteza y dormita y sólo piensa en árboles, en postales de colores, en lienzos, en poemas luminosos, en conquistas fálicas. ¿Dónde está el planeta de los que sólo quieren acunarse? No, no quiero, me niego a exprimirme el cerebro porque exigen productividades, yo sólo quiero pensar cuando quiera, quiero leer lo que quiera, quiero teorizar sobre lo que eleva mi punctum, sobre las pasiones que corren hasta las yemas de mis dedos, qué sé yo de los demás, quienes somos para hacerlo. Y el dolor llega cuando compruebo que no hay ningún lugar reservado para esas acciones, únicas motivaciones por las que a mí me merece la pena seguir viviendo.



2 comentarios:

Carz dijo...

"Conviértete en lo que nunca has dejado de ser"
Ramiro Calle

Cecilia Sainte-Naïve dijo...

Paso número 2: atender a la sabiduría.

Gracias, carz, muchas gracias