domingo, 25 de octubre de 2009

Mientras tanto


Pruebas fehacientes
le exigen a mi sufrimiento.
Maldito mundo empírico
que necesita ver la muerte
para creer en ella.



En el espanto


¿Qué puede hacer una lechuza

cuando ha empezado a temer

la noche?





En el terror (IV)


He comprendido, he sentido
el mismo terror glacial y oscuro
de todas aquellas que no tuvieron
mi suerte
(encima, maldito cabrón, pensarás
que he de sentirme afortunada)
y murieron asfixiadas, apaleadas,
apuñaladas por unas manos tan sucias,
violadas hasta la muerte,
una y otra vez,
en la tortura de recordarlo.



En el terror (III)


El pánico del animal apresado,
del pequeño animal bajo la zarpa,
del ala destrozada a balazos.

El pánico del grito enmudecido,
del cuerpecito indefenso
que no tiene fuerzas para matar.



En el terror (II)


Yo no conocía la suciedad. Yo era pulcra e inocente, yo sólo había sufrido por lo que nace dentro, por lo que me fue negado. Yo no conocía el miedo mugriento hasta que el ogro se abalanzó sobre mi espalda, sobre mi nuca, hasta que me tapó la boca y entonces la fragilidad oscura, el desamparo más atroz, el temblor que aún me lamina. El terror que ningún tranquilizante mata.



En el terror

(23/10/09, 05:37.)

Necesito escribirlo porque la ansiedad me está explotando dentro, me ahogo, me ahogo y no puedo gritar (gritar, debería haber gritado más, más y quizá alguien me hubiera oído y socorrido entonces tal vez... pero no, nunca, nunca, nunca me salvaron cuando más me hacía falta). Necesito escribirlo, porque es tarde y a estas horas no tengo a quien llorarle este terror que jamás querría haber conocido*.

* (A efectos legales, del código penal y del de sus putas madres, según me dijeron en comisaría, no se produjo más que un robo con violencia. Sí, me robaron el teléfono de forma violenta para que no avisase en ese momento a la policía. A efectos vivenciales, fue una agresión terrible, un intento de violación que no se puede demostrar porque no me rajaron la boca, sólo me la taparon con una indecencia que no se olvida, que desgarra, indemostrable porque tampoco me dijo nada, aunque no sea necesario pronunciar palabra para decir, para insultar, para atacar. Pero no, la (in)justicia es así, la angustia mortal y el terror no pueden personarse como acusación particular).


lunes, 19 de octubre de 2009

La historia de desamor de la niña lechuza (VI)


Es importante que la lechucita entienda
que no todos los paladares
están preparados para los manjares exquisitos,
que no todas las manos saben administrar las riquezas,
que no todos los ojos son capaces de vislumbrar bellezas extrañas
y que son muy pocos los muchachos que se enamoran
de las muchachas sensibles e inteligentes.

(No, tampoco él fue uno de ellos)



La historia de desamor de la niña lechuza (V)



Cada amanecer regresa a su árbol sola.
Quizá sea así como tiene que preparar
la nueva llegada.





La historia de desamor de la niña lechuza (IV)


(12/10/09)

He soñado que un muchacho búho
venía a posarse en mi árbol
(y que Serge Gainsbourg
me agarraba de mi cintura desnuda
mientras los puntos del corazón
me estallaban en el sexo).
No sé quién era, alguien
que me envolvía en un vuelo de paz.

Pero también he soñado
con la pareja de lagartos
y cómo ella embellecía por segundos
-como la malvada reina de aquel cuento-
absorbiendo todo lo hermoso
que pudiera quedar en mí.






domingo, 11 de octubre de 2009

La historia de desamor de la niña lechuza (III)



Hoy he visto a la lagarta.

Hoy he visto al lagarto acariciándole
la espalda.
Hoy he sentido de nuevo
cómo mi corazón se hacía añicos
y a un coraje diminuto gritarme
no llores, Cecilia, hay que seguir,
seguir, seguir.



sábado, 10 de octubre de 2009

Little owl blue



Qué estúpida idea aquella de que algún día, quizá,
si nunca, si nunca, niña estúpida, si nunca será.
Tu sitio está en los precipicios, al borde de los acantilados,
en la soledad de los faros que alumbrarán a los otros,
en el sueño constante y sediento de un regazo inexistente
en el que dormir, dormir, dormir
y no sentir la gravedad de una mitad huérfana de todo,
de ti, de él, de ellos, del pequeño equilibrio necesario
para vivir y no desfallecer y no esconderse debajo de las sábanas
a llorar, a llorar, a llorar, por todo lo que no te llega,
por el amargo sabor de estas veinte pastillas de 60 miligramos.





"Bájame la lámpara y poco más..."


Me he despertado con ganas de hacer el mundo añicos
y luego volverme a dormir.



viernes, 9 de octubre de 2009

Los días de lluvia


Los días de lluvia me dedico a apartar caracoles de las aceras. Los recojo con sumo cuidado. En un primer instante, ellos esconden la cabeza, pero perciben en mi energía que no tienen nada que temer conmigo, que sólo les desvío de su ruta para salvaguardarlos. Entonces, en el breve trayecto aéreo en el que vuelan sujetos a mi mano, extienden sus antenas hacia el cielo, siento levemente cómo vibran de emoción. Cuando ya reposan en tierra más segura, continúo satisfecha mi camino. Mis caracoles morirán mañana, así lo exige su ciclo natural, sin embargo no será bajo la suela de un zapato descuidado o de una patada insensible.

Los días de lluvia protejo a los caracoles que salen a mi paso. Y lo hago porque yo también espero otra suerte, una mano que me aparte del peligro que me orienta, una simbólica salvación en este otoño de humedades tan profundas.




miércoles, 7 de octubre de 2009

La historia de desamor de la niña lechuza y el muchacho lagarto (II)



La naturaleza es sabia.
Por eso, finalmente, unió
en la tierra
al lagarto con su lagarta
y a la lechucita la dejó
custodiando las noches
y sus silencios
en la soledad de las alturas.