viernes, 21 de junio de 2013

El dolor umbilical


Han llenado la casa de manjares. Sé por qué, me he dado cuenta. Hay empanadas, gazpacho, ensaladas, queso roquefort, rúcula, fresas y nata, nísperos, cerezas rojas rojísimas, zumo de naranja recién exprimido, chocolatinas con galleta (de esas ante las que no me puedo resistir) y otras tantas ambrosías. La cocina está repleta de mis delicias. Quieren que coma, quieren que salga de la cama,   como un animalillo huidizo atrincherado en su madriguera sacarme atraída por el olor irresistible y la boca tan hecha agua que ha empapado las alertas. Lo hacen para expiar una culpa que no comprenden. No saben qué me han hecho, por qué mi huelga de hambre y de palabra. Y agitan los brazos, claman al cielo, maldicen mi silencio y mi crueldad, se desesperan. No funciona. Callo. Sigo en mi encierro. No como. No abro la boca. Tampoco puedo formularles mi reproche, quién lo entendería. No, no puedo hablarles, no pueden comprender que sí, que son culpables de haberme condenado a la vida. Y que ni el amor ni los tentadores sabores ni todas sus atenciones pueden ya colmar un cuerpo destrozado por un abisal e incendiario vacío. 




1 comentario:

Carz dijo...

Sainte-Naïve levanta!!!!

Y no les expliques jamás como será el mundo post-ti.

No les des miedo.