martes, 15 de noviembre de 2016

Soleil levant



Hoy el pasillo ha sido otro. También el cuadro. No me cegó el polen de los lirios de muerte, sino que me eclipsaron las aguas oscuras bajo un sol enrojecido. Un círculo de fuego en el que quedé encerrada cuando una nueva médico comenzó a acariciarme entre cálidas palabras, pidiéndome dulcemente cama antes de las 12 y tres comidas al día. Y las aguas me mecían mientras la báscula dictaba: "Estás delgadita, no bajes más de peso". Mi plan perfectamente urdido en la náusea y el abandono: reducirme a nada. Sin embargo el sol nace y cae, nunca muere. Se cierra como párpados felizmente cansados de un día cualquiera en la inercia animada.




* * *

Entonces la luna ojo de perro alucinado y lago de bilis del deseo reprimido. El cuenco de agua y avena que no alcanzo a beber, lengua de gata cansada. Entonces la luna que no fue ni el domingo ni ayer, sino hoy. Entonces el ojo cortado por la navaja de la imposibilidad. Entonces la luna, aura de sangre sobre la nieve. Pero mi llanto contenido en el tren. Mi llanto contenido al decirle amablemente a la chica de la caja que me cobró "dues vegades" los tomates en rama. Mi llanto contenido subiendo la Rambla cargada de compra. Entonces la luna. La música remando adentro. Entonces el cascanueces en su pas de deux. La bailarina que ya no puedo ser, mi cuerpo fosilizado en la sal. Entonces el puente de las vías y la luna inmensa recorriéndome la espalda. Colgada de mi cuello, ad-hiriéndome en su abrazo penetrante. Y el llanto se derrama. Y un sol encendido, ese sol hipnótico y candente explosionando como estrella inmensa en el núcleo de mi útero vacío, sedado, dormido. El deseo incorrupto "como el corazón del ámbar" y  el "amor más viejo que el ámbar de Livonia" (como cantaba Marina). La última luna, mi última luna. El último abrazo. El último sol. 

Solamente quedarán mañana las aguas turbias de ese cuadro de Monet donde un día habré de ahogarme al recordarlo.












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