domingo, 5 de diciembre de 2010

No buscaré el nombre. No me preguntes por qué


Me he mentido. Nunca salí de mi encierro. No vi la calle despejada, limpia, luminosa.
Nunca salí de mí.
Soñaba, estaba en un sueño largo y placentero, impactando contra todos los sentidos, regocijándome en la reciprocidad. Yo palpaba, yo acariciaba, yo olía, yo lamía, y ronroneaba como un cachorro que se adormecía tranquilo, sereno después de la fatiga que le causó tanta agitación violenta, por no tener, por no llegar. Yo arañaba una pared buscando tras ella mi deseo. Y allí estaba esperándome el deseo, secándome las lágrimas y el sudor, ofreciéndome su vaso de agua para mi sed ancestral.

Agua, tanta agua.


Te he mentido. No salí a cantar. Me escondí en la cama, huí de la lluvia, encendí una vela y me puse a decir , apartada de todo, apartada de ti. Tenía que decir, necesitaba decir, era sólo eso, volver a mí, a la de siempre, a aquella que está sola, a pesar de las bondades del mundo. Volver a mi silencio. Me necesitaba gris y raquítica, hastiada del universo, retirada en la habitación sin nombre en la que escribir poseída por la niña abandonada. Mientras soñaba la dejé a la intemperie, sola y sin alimento. Ahora la niña me reclama. Y ya no quiero, ni tampoco puedo, deshacerme de nuevo de ella, intentar deshacerme de mí.