sábado, 30 de noviembre de 2013

El hilo


No podía ser de otro modo. Detesto la evidencia, la señal obvia que lo dice todo, que no esconde nada, que anula la magia latente desde el momento de su enunciación. A veces la palabra trivializa la excepcionalidad de lo no dicho (y mi voz es tan indigna... mejor silencio).

Pero estás aquí, no puedo hacerte desistir en tu avance. Buscarás y te perderás. Creerás haberme descubierto y contemplado en un engaño de espejos. Pero sí, estás aquí, has llegado (era tan visible el hilo). No me digas nada, sigue el camino, sólo tú eres responsable de tu propio extravío.

 Bienvenido al laberinto.




viernes, 29 de noviembre de 2013

21 de noviembre


En los bosques de mis bosques interiores, norte de Extremadura.    


jueves, 28 de noviembre de 2013

La fiesta


Los vasos limpios, sin llenar.
Los platos llenos, intactos. 
Los ceniceros vacíos.

Una luz muy débil entra en el salón,
esforzándose por no hacerme sentir
la penumbra.

No hay música ni papeles de colores,
no ha venido nadie a mi fiesta.

Aunque, la verdad, es que sólo contigo
ya me bastaba para celebrar
el fin de la eclosión de la belleza,
de mi ficticia juventud.



lunes, 25 de noviembre de 2013

Treinta


Años y más años
es todo lo que tengo,
la edad y su herrumbre.

Por no tener no tengo

-Virginia, no te sulfures-
ni un cuarto propio.

Pobreza de manos

pobreza de vientre,
pobreza de ánimo
y de ilustrado espíritu.

La edad, todo lo que tengo

y por ahora. 


jueves, 21 de noviembre de 2013

Lejos de aquí


Árboles, árboles inmensos, árboles dorados,
árboles, árboles , más árboles.
La belleza convulsa es esto:
nadie habla, sólo el agua.
Me adentro en los bosques interiores,
me detengo a contemplarme en la luz debilitada,
hermosa expiración, toda pureza,
toda verdad.

No tengo miedo
no me importa ya qué fue de mí
en estos veintenueveaños de vida,
hoy celebro contigo, amor, que hemos subido
juntos al atardecer
por el valle del otoño mágico,
del ahora.

Y quiero tumbarme contigo al frío de esta eternidad
y aceptar, complacida, que nos sorprenda
el momento,
que nos devoren los lobos.




Cumpleaños de amor


El día de la luz dorada.

Son las ocho y media de la mañana,
ya casi he nacido.

Te veo llegar hasta mí
arrastrando todo el insomnio de tu madrugada
en la pesada maleta,
lleno de esfuerzo, de amor.

Es cierto, estoy viva.
Te tengo.
Soy feliz.




miércoles, 20 de noviembre de 2013

El último dia de mi juventud


No cumplí ni un punto de la lista,
no me eché a correr de cara al humo
y al frío.
No abracé a los árboles con la locura
de la risa. 
Me quedé sentada en la misma silla
de toda mi juventud
y esperé con los ojos cerrados
algo, lo de siempre, 
una nueva aparición de luz.





***

La mentira gramatical y espiritual del pretérito indefinido.



GERTRUD KOLMAR

              
           LA MUJER VIEJA


Hoy estoy enferma, sólo hoy. Mañana estoy curada.
Hoy soy pobre, sólo hoy. Mañana soy rica.
Pero un día me quedaré para siempre así,
envuelta, tiritando de frío, en un oscuro chal, la garganta
tosiendo, carraspeando,
arrastraré los pies con esfuerzo y pondré las manos huesudas
ante la estufa de cerámica.
Entonces seré vieja.

Mis cabellos, sombrías alas de mirlo, son grises,
mis labios, flores secas cubiertas de polvo,
y ya nada sabe mi cuerpo de las cascadas y saltos de las
rojas fuentes de la sangre.
Muerte quizá
mucho antes de mi muerte.

Y sin embargo fui joven.
Amante y buena con un hombre, como el pan moreno,
nutritivo, para su mano hambrienta.
Dulce como un refresco para la sed de su boca.
Sonreí,
y mis brazos, culebras flexibles, turgentes, estrechándole
lo atrajeron hacia el bosque encantado.
De mi hombro brotó un ala azul como el humo,
yo estaba tendida contra un pecho más ancho, frondoso,
murmurando hacia abajo un agua blanca, del corazón
de las rocas de abetos.
Pero llegó el día, la hora llegó,
en la que la amarga semilla estuvo madura,
en la que hube de recoger la cosecha.
Y la hoz cortó mi alma.
Vete”, dije. “¡Amado, vete!.
Mira, en mis cabellos ondean hebras de vieja
la niebla del crepúsculo humedece ya mi mejilla,
y mi flor se marchita estremecida de frío.
Surcan mi rostro las arrugas,
fosos negros los pastos de otoño.
Vete, porque te quiero mucho.”

En silencio retiré la corona de oro de mi cabeza
y me cubrí el rostro.
Se marchó.
Sus pasos apátridas sin duda le llevaron a otro lugar
de descanso, bajo unas pupilas más duras.
Mis ojos están turbios y apenas logran unir
el hilo y el ojo de la aguja.
Mis ojos lloran bajo los párpados fatigados,
rugosos, ribeteados de rojo.
Rara vez
Vuelve a resplandecer en la mirada sin brillo
el débil reflejo, desaparecido hace tiempo,
de un día de verano,
cuando mi vestido ligero, chorreando, fluía
por los prados cubiertos de flores de berro.
Y mi nostalgia lanzaba al cielo abierto el grito alegre
de la alondra.


De Mundos (1937)