miércoles, 21 de noviembre de 2012

Veintinueve



LLueve, no tanto como aquella noche de 1980 y pico. Llueve débilmente, lo justo para hacerme recordar que llegué a la vida, que tengo que quedarme en ella, que detrás de ese "espesor opaco, humedecido, desconcertante, neblinas de invierno" está la sensibilidad y su belleza, la purificación del fuego, la sanación del agua.
  Caen gotitas sonoras, como una canción de cuna. Así me voy adormeciendo, serena, contenta, aliviada porque no ha sido tan terrible como esperaba este asunto de ir perdiendo la juventud y su belleza.





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