Es verdad, nunca supe escribir para complacerte. Ni a ti ni a ellos, tan altos
los altares del poema. Mi palabra no fue capaz de liberarse
de la esclavitud de mi fisonomía. Renuncio.
Sigo el ejemplo de terrible sensatez de Ingeborg:
"(que sea. Que sean los otros) Mi parte, que se pierda."
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