Qué triste exilio en llamas.
Nada que reprochar, ni siquiera que no tuviera presencia en tus sonetos, porque todo mi yo no fuera más que el relleno con el que encarnizar una ausencia. Alguna vez una canción agónica. Ya nada que reprochar, sólo un año después recordarte, hombre de versos, el último día en que no volvimos a vernos nunca más.
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