Ni la altura ni la tersura de una piel translúcida, ni la cabeza dorada ni el porte espartano, ni siquiera la resistencia al frío boreal, nada a ti me asemeja, salvo que ambas, una noche de verano, arrojamos nuestro corazón al Neva, nos condenamos a un eterno exilio de la tierra y del cielo.
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