Cuando escribía, las manos eran el deshielo de mis silencios. Escribía porque no sabía decir de otro modo. Sin embargo, ahora, el proceso se invierte. Mi cuerpo a temperatura ártica mutando en sacudidas de temblor y llanto: el agua se vuelve hielo, las manos se vuelven hielo, rígidas como la palabra escrita en el corazón incorrupto del ámbar.
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