No podía ser de otro modo. Detesto la evidencia, la señal obvia que lo dice todo, que no esconde nada, que anula la magia latente desde el momento de su enunciación. A veces la palabra trivializa la excepcionalidad de lo no dicho (y mi voz es tan indigna... mejor silencio).
Pero estás aquí, no puedo hacerte desistir en tu avance. Buscarás y te perderás. Creerás haberme descubierto y contemplado en un engaño de espejos. Pero sí, estás aquí, has llegado (era tan visible el hilo). No me digas nada, sigue el camino, sólo tú eres responsable de tu propio extravío.
Bienvenido al laberinto.