miércoles, 20 de noviembre de 2013

GERTRUD KOLMAR

              
           LA MUJER VIEJA


Hoy estoy enferma, sólo hoy. Mañana estoy curada.
Hoy soy pobre, sólo hoy. Mañana soy rica.
Pero un día me quedaré para siempre así,
envuelta, tiritando de frío, en un oscuro chal, la garganta
tosiendo, carraspeando,
arrastraré los pies con esfuerzo y pondré las manos huesudas
ante la estufa de cerámica.
Entonces seré vieja.

Mis cabellos, sombrías alas de mirlo, son grises,
mis labios, flores secas cubiertas de polvo,
y ya nada sabe mi cuerpo de las cascadas y saltos de las
rojas fuentes de la sangre.
Muerte quizá
mucho antes de mi muerte.

Y sin embargo fui joven.
Amante y buena con un hombre, como el pan moreno,
nutritivo, para su mano hambrienta.
Dulce como un refresco para la sed de su boca.
Sonreí,
y mis brazos, culebras flexibles, turgentes, estrechándole
lo atrajeron hacia el bosque encantado.
De mi hombro brotó un ala azul como el humo,
yo estaba tendida contra un pecho más ancho, frondoso,
murmurando hacia abajo un agua blanca, del corazón
de las rocas de abetos.
Pero llegó el día, la hora llegó,
en la que la amarga semilla estuvo madura,
en la que hube de recoger la cosecha.
Y la hoz cortó mi alma.
Vete”, dije. “¡Amado, vete!.
Mira, en mis cabellos ondean hebras de vieja
la niebla del crepúsculo humedece ya mi mejilla,
y mi flor se marchita estremecida de frío.
Surcan mi rostro las arrugas,
fosos negros los pastos de otoño.
Vete, porque te quiero mucho.”

En silencio retiré la corona de oro de mi cabeza
y me cubrí el rostro.
Se marchó.
Sus pasos apátridas sin duda le llevaron a otro lugar
de descanso, bajo unas pupilas más duras.
Mis ojos están turbios y apenas logran unir
el hilo y el ojo de la aguja.
Mis ojos lloran bajo los párpados fatigados,
rugosos, ribeteados de rojo.
Rara vez
Vuelve a resplandecer en la mirada sin brillo
el débil reflejo, desaparecido hace tiempo,
de un día de verano,
cuando mi vestido ligero, chorreando, fluía
por los prados cubiertos de flores de berro.
Y mi nostalgia lanzaba al cielo abierto el grito alegre
de la alondra.


De Mundos (1937)




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