lunes, 22 de enero de 2007

Pequeña de verso ardiente





Un mechero apartado en una mano y con la otra sujetando* la observación inocente, pero curiosa, meticulosa, de un lapicero sin punta, romo a fuerza de golpes contra el papel de quien empieza a tener tanto que decir, pero a quien sus garabatos no le permiten hacerlo.

Quisiera abrazarla, rescatarla solamente un minuto de la foto y cambiarle ese lápiz negro y despuntado por una caja de ceras de colores. Quisiera enseñarle que el fuego es un juego malo, que no sirve ni para niños ni mayores, que no quema un segundo, que marca de por vida.

Quisiera besarla en la frente (confieso que lloraría por sentir una caricia llegada del pasado, ahora tardía) y arrancarla de cada pose solitaria y pedirle que no se callara nunca, que nunca me callara.




* Mi dulce esposo, enternecido por la imagen y mis palabras, me recomienda un cambio de verbo: Sostener. Pero a esa edad no se sostiene, se sujeta, con inquietud y decisión, con pasión primera y primitiva, se agarra más bien uno a su objeto, prolongación más directa de su deseo.




5 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Cecilia, me has dejado helada a la sombra de tu cerezo, te veo a tí, pequeñita y llena de inocente magia y al escucharte ese deseo por cogerte entre tus propios brazos y darle un beso a la niña que fuiste me vuelvo a reflejar -como siempre me pasa- en ti, en tu mundo, en tu sueño velado. Comparto esa sensación de mirarnos de niñas y querernos decir tanto o al menos mirarnos fijamente a las ojos y coger esa luciérnagas luminosas que aún no sabemos en qué parte del bosque se nos han extraviado... en fin. Sigues contando acá por México con una nena que un día también terminó creciendo, aprendiendo tarde que el fuego es un juego fatuo...

con cariño. bela.

Cecilia Sainte-Naïve dijo...

:)

Siempre tierna, bella bela.


Un beso enorme desde esta latitud.


cecilia

mauriç dijo...

La verdad es que una vez también yo fui niño, aunque a algunos les parezca algo extraordinario.

También tuve sueños, y (lo negaré ante un tribunal) los sigo teniendo.

También tengo algunos recuerdos, y unos pocos olvidos. Guardo palabras y silencios. Polvo y rencores.

Y más polvo.

Creo que conservo hasta los poemas.

Cecilia Sainte-Naïve dijo...

De pequeña, a las niñas, se les suele encomendar como tarea primeriza para ayudar a la limpieza de la casa, limpiar el polvo de los muebles. Aunque en mi casa siempre tuvimos servicio doméstico, y también a pesar de mi acusada alergia a ciertas partículas, me empecinaba en hacerme con una bayeta y destapar los senderos del polvo. Así no es extraño que hoy, temerosa y a la vez encatusada, como si me acercara al fuego, paso la mano por lugares prohibidos y me detengo en el gris que me mancha la palma de la mano.

Anónimo dijo...

Joder, Ceci, eras genial.


Ceci futura.