lunes, 12 de marzo de 2007

Azarosas concatenaciones


Hace algunos años, tantos que no recuerdo el número exacto, conocí en la barra de un pub al primer tipo inquietante de mi vida. Por aquel entonces era una niña en proceso de combustión, de maduración, a las puertas de una eclosión que se hacía esperar. Tímida, enfermizamente tímida, reservada, lacónica, suicida entre palabras e imágenes tenebrosas, encarcelada en un pesimismo vital inconcebible e inaudito a edad tan temprana. Era la fille maudite, lectora empedernida de Baudelaire y Ciorán, gótica con estética clasicona y plusmarquista (Burberrys, Lacoste, Armani...), portadora de todos los complejos más autodestructivos y de los desasosiegos inmaduros sólo en su forma escrita. Por eso, creo, a diferencia de mis amigas, pasé inadvertida como juego carnal y compañera de desfases nocturnos.
Acostumbradas a tratar con diversos alcoholizados juglares de delirios, el primer tipo inquietante fue la excepción al trato con los desconocidos, durante varias tardes le cedimos el taburete de al lado y escuchamos sus historias de músico trotaciudades, con desconfianza y fascinación, seducidas por el embrujo de una sonrisa irónica y su filosa y penetrante mirada. Recuerdo sus iniciales, atestiguar la verdad de su fascinante (todo era fascinación encubierta) y poético nombre en su carnet de identidad : D. C. A., la antigua fotografía de unos bucles que pasaron a ser inexistentes bajo la cuchilla a nivel 1, la ciudad de origen, Barcelona, que sería también la cuna, un tiempo más tarde, del dolor más bello de mi historia . ¿Quién eres en verdad? ¿Qué haces pasando el rato con unas chiquillas como nosotras? Todo era fascinación y temor porque la inquietud que me estaba removiendo no se trasluciera de ninguna manera. Un día, recuerdo, me trajo una enseñanza en forma de poesía y así fue cómo me abrió las puertas a otra voz poética, lejos del fatalismo, la marginación y la oscuridad, cómo determinó la dirección que habría de seguir en mi pasión literaria. Me habló de Pedro Salinas y de Cernuda y de cómo el amor no es un sueño de ultratumba que devoran los gusanos, sino la voz a alguien debida y el ardor de los deseos no colmados. Recuerdo un cuaderno juvenil y unos versos copiados desde el buzón de entrada de aquellos primerizos mensajes de móvil: Si no te conozco no he vivido, si muero sin conocerte no muero, porque no he vivido.

Allí parecía que acabó todo. Salvo por las coincidencias que nos traen siempre noticias del más allá, ya que volví a saber de él a través del violín de mi hermana, y cuando el violín de mi hermana también dejó de tener noticias suyas, llegaron por vía lusitana desde la viola de mi primo leonés. Años después, de vuelta en Cáceres y con la poética herida de Barcelona ya consumada y aún abierta, nos encontramos con aquel primer tipo inquietante en un after de domingo. "¿Te acuerdas de Ceci?" Sólo esbozó una sonrisa, y lo entiendo, cómo reconocerme si la vida me había transformado la apariencia, forjado otro carácter y otra figura. Pero aún la misma actitud hacia él, escudándome en una falsa indiferencia, aunque su mirada ya no me resultara igual de turbadora que años atrás.

Volvió a desaparecer y los instrumentos de mis familiares dejaron de tener constancia de su rastro.

El hambre que me hacía devorar variadas lecturas poéticas me llevó, otro tiempo después, hasta la edición de un reccueil (joder, no encuentro ahora su valor castellano) de jóvenes poetas reunidos en torno a los últimos días de Gloria Fuertes. Entre tantos desconocidos un nombre, un poético nombre, desató la chispa de la memoria ... tuve en mis manos su carnet de identidad, no puede haber dos nombres iguales... qué maravilla, allí, sujeto con pinzas, se encontraba su poema.


A estas horas debería estar acostada, pero el rugido de mis tripas y una inquietud de la que no voy a hacer mención, por reiterativa que sea, me ha hecho levantarme de nuevo. Ya no sabía a qué página acceder, así que continué con mi trabajo sobre Nadja, icono del surrealismo literario a la par que me introducía en páginas de viejos conocidos. Una vez narré la historia de un azar materializado a través de las ondas ciber-espaciales: una película envolvente, un nombre análogo al de la Hierba que crecía en mi desasosiego, un mago escapista, tan repelente e ingenioso como rechoncho e hiriente, (disculpa si es que continúo en tus lecturas, pero hay un recuerdo amargo del que no me libras). Escribí bellas páginas tras su huida, por eso y por más justifico su existencia en mi memorándum y en mi curiosidad transitoria por saber qué suerte está rodando por su vida. Nada, ya había leído eso hace tiempo y al no saciarse mi curiosidad y templar el tiempo que dispongo para conciliar el sueño, he indagado en sus extensiones y el primer enlace sobre el que me he posado me ha llevado en un salto hacia atrás, muy atrás, hacia un poético nombre que leí hace años en la barra de un pub.


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