Mi paz está bien sin ti.
Al fin aprehendí el equilibrio,
al fin aprendí a desplegarlo sobre este vacío
que se me muestra ante cada nueva mirada.
Creo en los fantasmas.
Amo a los fantasmas
y sus ruinosas vidas.
Mi cuerpo se inquieta con sólo oír tu nombre
y rememorar el hormigueo que le produce lo inalcanzable
(tus manos sobre mí, tus ansias sobre mí.
Mi lengua sobre ti, mi llanto púbico sobre ti)
y deformo tu concepción en aras de una necesidad innecesaria.
Mi paz sin ti, pero el deseo contigo.
Cómo regresar del más allá y desprenderme
de esos alfileres con los que me acribilla la memoria,
para no verme escribiendo a altas horas del insomnio
con el último aliento de una mariposa enajenada,
expuesta, disecada y humillada, en un diario perdido.
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