martes, 16 de octubre de 2007

A quién temer después de las horas


Virginia reposa fatigada de vano esfuerzo, de vana vida, fatigada vida, la cabeza contra el respaldo al tiempo que exhala una bocanada de cigarrillo atrevido y suicida (si supieras que algunos más y entonces el lago mortal en tus pulmones).

  No puedo sacarte de mí, no puedo sacarte de mí.

Resbala de sus piernas el tablero que soporta sus páginas y el tintero, lago negro, frases doloridas, dónde estás alma mía, dónde te has ahogado. Saberse, otra vez, mortalmente herida y que las letras no acuden a salvarle. La ansiedad la paraliza. En su boca recalan unas lágrimas, murmura serena: 

Mañana empezarás a recordarme.

 Y lo tiene todo, la palabra en su dominio, la casa, el libro y el esposo. Todo y también las piedras pesándoles como un cuerpo muerto en los bolsillos del abrigo. Todo y a pesar nada.

  Empezarás a recordarme.

 Y un camino en el que temerse, trazado desde la cuna hasta el río en el que se sumerge para hacerse llamar Ofelia.


2 comentarios:

Rafael Cessa dijo...

cecilia, he vuelto, vengo del desierto, y tengo sed. escuché tus monólogos, de alguna forma; me encontré a Rhoda y te manda saludos. He vuelto, repito.

Cecilia Sainte-Naïve dijo...

Bienvenido entonces