Virginia reposa fatigada de vano esfuerzo, de vana vida, fatigada vida, la cabeza contra el respaldo al tiempo que exhala una bocanada de cigarrillo atrevido y suicida (si supieras que algunos más y entonces el lago mortal en tus pulmones).
No puedo sacarte de mí, no puedo sacarte de mí.
Resbala de sus piernas el tablero que soporta sus páginas y el tintero, lago negro, frases doloridas, dónde estás alma mía, dónde te has ahogado. Saberse, otra vez, mortalmente herida y que las letras no acuden a salvarle.
La ansiedad la paraliza. En su boca recalan unas lágrimas, murmura serena:
Mañana empezarás a recordarme.
Y lo tiene todo, la palabra en su dominio, la casa, el libro y el esposo. Todo y también las piedras pesándoles como un cuerpo muerto en los bolsillos del abrigo. Todo y a pesar nada.
Empezarás a recordarme.
Y un camino en el que temerse, trazado desde la cuna hasta el río en el que se sumerge
para hacerse llamar Ofelia.
2 comentarios:
cecilia, he vuelto, vengo del desierto, y tengo sed. escuché tus monólogos, de alguna forma; me encontré a Rhoda y te manda saludos. He vuelto, repito.
Bienvenido entonces
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