martes, 14 de octubre de 2008

La noche en paracaídas (II)


El recuerdo de un lustro de saliva. Aquella estancia tan luminosa, con sus techos altísimos, una chimenea apagada y varios libros afilados en su ménsula. Huidobro junto a otros poetas, mi cuerpo serpenteaba en el agua. Lo supe entonces, no le podría olvidar en su habitación de una ciudad del sur de Francia. El gran ventanal miraba a una calle empedrada de pasadizos de hiedra. Todo irradiaba luz, todo estaba dispuesto para ser escrito en un poema (nunca llegó, jamás me atreví a contarlo), para pervivir en la memoria. Amaneció como en una mattina de Einaudi, el sol de diciembre incidiendo en los desnudos. Una raíz me atravesó el pecho.
Por aquella época coleccionaba amantes como souvenirs de países lejanísimos, exóticos, intransitables. Pero eso fue antes, justo antes del momento en el que no fui capaz de volver nunca más de Santiago de Chile. Incapaz de volver con la vergüenza de no haber sido lo suficientemente hermosa para quedarme reposando en las repisas de la habitación más maravillosa en la que ha dormido mi deseo.


4 comentarios:

samsa777 dijo...

Qué final más hermoso: "la habitación más hermosa en la que ha dormido mi deseo."

Extraordinaria.

Anónimo dijo...

pd.

Me encanta
cuando
tus palabras hablan

Sin hilos de voz
que las sostenga

AnadelasTejasrojas dijo...

Un abrazo

Cecilia Sainte-Naïve dijo...

Gracias Samsa, fue así de hermosa la sensación, también el desasosiego.
Un abrazo para ambos.