Del alambre enmohecido cuelgan
dos toallas. Medio blancas. El viento
juega en ellas: las abomba
y las vuelve a dejar, se entretiene,
improbable en los bordes descosidos.
Abajo,
en el rincón izquierdo junto a la pared alta, los geranios
han mudado o están mudando su color.
La mirada, rendida y sin origen, inicia
un descenso hacia la terquedad
de la materia. Dónde estás.
Con el peso agrisado de la tarde
hace menos calor. Lo noto
ahora. La espera
es más fuerte donde nada se espera.
De El fin del mundo, 1995.
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