domingo, 16 de noviembre de 2008

Desencuentros


Tú no proclamas el temblor.
Yo tampoco te llamo.
De qué sirve, dime, convulsionarme
en la distancia, si no vienes,
si no anuncias ningún motivo
para esperarte.
Yo no soy vestal en esta ruina de templo
y no adoro a más hombre que a mi padre.
No, menos a ti, sólo enamorada de tu luz
cuando mi cuarto es oscuro
y con un teléfono acurrucado en mi mano
me quedo dormida llorando,
digiriendo la verdad en otros recuerdos:
tú no vendrás a encenderme
ni fue ésta la ocasión de salvarme.



1 comentario:

Carz dijo...

A veces un teléfono es nuestro hilo de Ariadna, nuestra forma de escapar del laberinto, de salir de nuevo a flote en una gruta submarina. Otras veces es lastre que nos hunde.

Un abrazo.