miércoles, 18 de enero de 2017

GERTRUD KOLMAR


EL URAL

Cuando agarro la oscuridad, los peñascos hieren
mi mano.
Ahí está la cordillera que, con sus picos y hendiduras,
      se yergue y encabrita como la creta de un dragón.
Ahí está el Ural.
Cadena de norte a sur, linea divisoria entre este y oeste,
      muro entre dos tierras.
Tengo que apagar la lámpara para que aparezca, para que se
    arrastre ante mí, gigantesco reptil, en mitad de la noche.
Porque así surgen sus masas de piedra, y sus bosques proceden
de mi alma.Y el aliento de mi boca se mece humeantes sobre la nieve
    del Yamán-Tau, mi cima eterna.

Medito.

Torpes osos peludos trotan gruñendo fuera de sus cuevas,
los hocicos de los lobos husmean en el pantano,
martas cibelinas de pelaje marrón se arrastran sin hacer ruido.
Yo misma creé el rostro velludo, terrorífico del mochuelo
    de ojos amarillos
y las aguas saltarinas de la fuente para el gran pez gris plateado
y la negra floresta para el crepitar de las alas de pesados urogallos,
  la garra dorada de mi águila real...
Pero la raíz del gran abeto de melenas sombrías se hunde
  en las profundidades, comprimiendo ciega, sin ojos,
  cámaras inagotables, tesoros apilados, amontonados,
que aquí son verdes: la serpentina de piel de culebra, víbora bajo
  las piedras, y la malaquita, como follaje petrificado,
y la crisoprasa, más clara, que no puede ver el sol, porque ávido
  le absorbe el brillo de manzana, la decolora. 
El mineral precioso centellea; esparcidos, los granos de rubí
  atraen los picos de aves subterráneas con cabeza de martillo.
Las almendrillas maduran, rellenas de ágatas multicolores;
  la calcedonia se hincha como una uva;
y el mármol marrón rociado de conchas naranjas
resplandece...

Todo esto es hermoso.

Pero tengo también otras cosas, repugnantes, adversas:
cráteres en sombra, en los que se agazapa un monstruo,
  un medio ser, que se me escapó antes de que yo hiciera
  palpitar su corazón.
Mudo, ahogado, avanza hacia mí y, aunque me estremezco,
  no bajo la mirada.
Aguarda la redención...
Algún día, tal vez, algún día
bajo un cielo opaco, frío, sin estrellas,
cuando el viento de la noche silbe en voz baja
  como una monstruosa rata gris,
los tocones de los árboles, pedazos de dientes podridos,
 se agazapen en la boca de la tierra,
los copos, espectrales, extiendan sus mortajas
  sobre la turbera extinguida...
Entonces me dirigiré hacia allí
y, con las manos en el pecho tembloroso, me inclinaré
  sobre el abismo.


De Mundos, 1937. (Traducción de Berta Vias Mahou)



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