Se despierta, arropada, ovillo para protegerse de lo que no sabe. Nadie le robó su trocito de sábana. Todo es para una y una es sólo una. No aprende a conformarse. Algo así le entristece, aunque no lo suficiente. Pero el ciempiés quiere hacer de su lengua un trampolín. "Si alguien me hubiera robado mi pedacito de sábana me tranquilizaría, ningún bichito de tristeza se zambulliría en mis humores." Desnuda sin estarlo, flaquita frente al mundo. El espejo cada vez más alargado en su anchura, más vertiginoso en su profundidad.
En septiembre se encontraron, por vez primera, los signos rojos de un camino, circular.
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