sábado, 18 de julio de 2009

Aprendizaje en el derrumbe


Gracias, María.

No huir,
tampoco reventar la noche
buscando el colchón de la mañana.
No entregar el corazón
como un pañuelo de papel
con el que limpiar el semen estéril
de lo efímero.
No desmembrarme,
moldearme desde adentro,
en paz, en equilibrio,
para que el suelo no queme,
no hiera

Reconocerme como la que soy,
Cecilia, soy Cecilia,
no pretender ser un lagarto
al que no le importa nada
más allá de los impulsos.
Soy Cecilia,
tímido estallido de verbo iluminado,
pecho profundo y candente
únicamente feliz en el arrullo.

No huir, no ceder,
fortalecerme en la renuncia,
No la asolación por la carencia
de quien no me está esperando.


Ya no me veo hermosa
despeinada y desangrada,
ya no siento placer
como furcia complaciente.
Soy Cecilia
y la sangre me arde
y la oscuridad también me asusta
y mis manos buscan el tacto
prolongado,
la palpación de la belleza.
No así, no esto, no ésa.

Pero era necesario el asco,
atravesar el puente de fango
para discernir al otro lado
el anuncio
de mi verdadera voluntad:
avanzar, no retroceder,
querer, no necesitar,
crear, no destrozar,
reclamar ser amada
siendo Cecilia, toda Cecilia,
solamente Cecilia.


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